Fuente:
2006. Barón de Neiburg, Raquel y Fernando Pequeño. "Sexualidad y Violencia". Cap III. En Violencia Social, Familiar y Abuso Sexual. Un abordaje sociocultural. Volumen I . Fundación Lapacho. Salta.
Fragmento
¿Quiénes son los varones?
Algunos varones que no se sienten cómodos en su papel obligatorio de la imagen masculina que la sociedad les impone (no ser sensible, no ser creativo, afectuoso, tierno, no expresar sufrimiento, no llorar, etc.), se cuestionan a cerca de las maneras en que se debe ser masculino en la sociedad. ¿Son los varones seres débiles o poderosos, víctimas o victimarios, dependientes, hostiles o protectores?
La manera en que la sociedad forma y determina los roles sexuales, construyen una estructura masculina interesada y centraliza-da en la supervivencia de los grupos humanos y en el poder mol-deador de las relaciones humanas.
Los autores interesados en el poder ven en la masculinidad una ideología que legitima la dominación masculina y la conectan con la violencia social y con la guerra. Observan que cuando los varones de una sociedad ven amenazado su dominio, se embarcan en guerras con sus vecinos a fin de crear circunstancias mediante las cuales pueden dominar a sus semejantes. Así, las guerras serían una expresión de la lógica y la subjetividad masculina.
Desde una concepción dinámica de la identidad, la masculinidad es una construcción constante y reiterada, un proceso en donde es posible el cambio, porque el género se construye a lo largo de la vida. No podemos hablar de masculinidad sin hablar también de femineidad, son las relaciones entre los géneros lo que debemos repensar para entender la violencia en torno a la sexualidad. Res-pecto a si los varones son hostiles o protectores, la respuesta es compleja en el sentido que son ambos términos del binomio lo que debemos integrar. Son ambas cosas, y nuestra intención es indagar las maneras en los mismos, al igual que las mujeres, son también víctimas del sistema opresor en el que todos/as vivimos: el patriarcado.
Desde fines del siglo XIX y con más intensidad en el siglo XX se van produciendo crisis del concepto hegemónico de la masculinidad. El sentido masculino como proveedor económico dentro de la familia, con la consiguiente pérdida de poder, tiene como con-secuencia una reconfiguración de las relaciones entre los géneros.
A partir de entonces y cada vez más los principios que sostienen la masculinidad tradicionalmente concebida están en crisis.
El modelo que se observa surgiendo a partir de esta crisis produce cambios en el modelo tradicional. Los varones se permiten una mayor exteriorización de sus emociones y esto incide en la institución familiar y por ende en la conformación social. El reparto de roles masculinos - femeninos, tanto en la vida pública como privada, tiende hacia la complementariedad de compromisos y funciones.
La crisis de la masculinidad
Se ha desarrollado un proceso de cambio cultural que ha presionado en contra de la identidad masculina. Lo que entra en juego no es la hombría biológica, sino las nociones de masculinidad socialmente construidas e incorporadas individualmente. Ese proceso de cambio cultural ha erosionado las estructuras psicológicas que otorgan estabilidad emocional a los varones y represen-tan un atentado a su seguridad. La inseguridad de esa inestabilidad genera en el imaginario colectivo, sobre todo en ellos, un conflicto individual que los lleva a no saber qué papel jugar ni que poder tienen en el cambio cultural.
Es preciso decir también que en la medida que se trata de una fuerza coercitiva que impone la sociedad, va en contra del mismo individuo masculino, ya que como depositario de un conjunto de caracteres que la sociedad escoge para él, sufre la carga de dichos valores. Así, los estereotipos asignados a los varones representan formas de expresión de una cultura que produce mucho sufri-miento tanto a mujeres como a varones.
Con la incorporación de la mujer al mundo del trabajo y todo el cambio cultural que esto implica, los hombres se enfrentan al dilema de mantener su identidad genérica a través de los valores introyectados que en ellos deja una sociedad que los obliga a cumplir con algunas conductas masculinas en su trato con las mujeres; o la opción de iniciar un proceso de construcción de una La crisis de la masculinidad
Se ha desarrollado un proceso de cambio cultural que ha presionado en contra de la identidad masculina. Lo que entra en juego no es la hombría biológica, sino las nociones de masculinidad socialmente construidas e incorporadas individualmente. Ese proceso de cambio cultural ha erosionado las estructuras psicológicas que otorgan estabilidad emocional a los varones y represen-tan un atentado a su seguridad. La inseguridad de esa inestabilidad genera en el imaginario colectivo, sobre todo en ellos, un conflicto individual que los lleva a no saber qué papel jugar ni que poder tienen en el cambio cultural.
Es preciso decir también que en la medida que se trata de una fuerza coercitiva que impone la sociedad, va en contra del mismo individuo masculino, ya que como depositario de un conjunto de caracteres que la sociedad escoge para él, sufre la carga de dichos valores. Así, los estereotipos asignados a los varones representan formas de expresión de una cultura que produce mucho sufri-miento tanto a mujeres como a varones.
Con la incorporación de la mujer al mundo del trabajo y todo el cambio cultural que esto implica, los hombres se enfrentan al dilema de mantener su identidad genérica a través de los valores introyectados que en ellos deja una sociedad que los obliga a cumplir con algunas conductas masculinas en su trato con las mujeres; o la opción de iniciar un proceso de construcción de una nueva identidad masculina que abandone los patrones aprendidos.
En la medida en que se modifican las relaciones políticas y económicas en la sociedad, sobrevienen cambios en el espacio público –como la inclusión de las mujeres en la administración pública y en la empresa privada, en puestos que implican toma de decisiones- y también en el espacio privado de la familia. Se trata de cambios integrales que van desdibujando la tradicional forma de vivir la masculinidad. Aunque los varones sean cada vez más conscientes de los procesos que les produce el cambio social, su-fren contradicciones entre sus pensamientos, emociones y sentimientos. Se trata entonces de generar un cambio social que libere indistintamente a unos y otras de la asignación de roles sociales que impone el dominio de un género sobre otro. Es necesario construir una nueva identidad masculina y femenina que los libere de las presiones culturales que genera esta sociedad.
Finalmente, estamos convencidos que no existe una víctima y un victimario en el interjuego de varones y mujeres. Las acciones contra la violencia familiar y social más que dirigidas a terminar con la violencia del varón sobre la mujer, deben dirigirse a construir una cultura que combata en general cualquier expresión de dominación y subordinación, de construir personas libres que asuman responsablemente los cambios que vive la humanidad a partir de la recomposición del mundo del trabajo, que implica a su vez una concepción más plena del interjuego afectivo y sexual.
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