El poder y el honor en la construcción de las masculinidades
Intervención en el Curso "Memoria, Género y Derechos Humanos"
Fuente: 2006. Fernando P Ragone. POLICIAS (CON)CIUDADANOS. Manual de capacitación para las fuerzas policiales con perspectiva de derechos humanos. Una contribución al trabajo que la fuerza policial realiza en la incorporación de los derechos humanos como valor central entre sus miembros. (Bajar pdf del texto completo en el vínculo)
Fragmento.
Presentación
... Existe un punto de intersección en el que todos los seres humanos somos precarios más allá de los derechos de ciudadanía que cada uno pueda ejercer en la desigual distribución de los mismos. Ese punto es la ‘sustituibilidad de los cuerpos’, un mecanismo del poder que convierte a las personas singulares en abstracciones que pueden desaparecer y dejar de existir sin que el sistema social se ponga en riesgo. La sustituibilidad de todos y cada uno de nosotros asegura el poder institucional. Intelectuales, activistas, funcionarios políticos, ejecutivos de grandes corporaciones, policías, todos son sustituibles sin que se produzcan perturbaciones en la dinámica institucional a largo plazo. Sin embargo, todos, como los policías, se vuelven insustituibles y singulares en el sufrimiento que la violencia de sus propias instituciones les produce, consecuencia de la distancia entre lo que desean ser, lo que deben ser y lo que efectivamente consiguen ser. El caso particular del cuerpo de los y las policías está atravesado por lo que les demanda la sociedad civil y el poder político por un lado, y los principios de la propia institución policial; la que no escapa a una lógica de ascenso social en la que operan los mismos mecanismos de corrupción institucional que existen en las corporaciones del poder político, de la academia o del mundo empresarial.
Las ideas recopiladas y presentadas en este manual buscan contribuir a un debate informado sobre la manera en que los y las policías puedan pensarse como seres únicos e insustituibles cargados de valor para sí mismos y la sociedad en que se desempeñan. Muchos prejuicios y también muchas ideas y actitudes de desconfianza bien fundadas, tuve oportunidad de conocer entre los grupos humanos que he venido mencionando. El personal policial por la especialidad de su función represiva en el Estado queda muchas veces atrapado –para la opinión del gran público poco informado– en visiones negativas producidas por la percepción pública de dobles pactos de la institución policial, por un lado con algunos sectores del poder político, y por otro con sectores del propio mundo delictual. Dobles pactos que persiguen la acumulación o la retención de poder por parte de algunas cúpulas policiales —también algunos funcionarios políticos— que van deslegitimando la propia institución social; ya que la única legitimidad de la Policía es la credibilidad que alcance frente a su comunidad más cercana. Es en este sentido que tanto la sociedad civil, como los especialistas, expertos e intelectuales, el poder político y los propios intelectuales orgánicos de la institución policial; están llamados a contribuir con la democratización de la institución con primordial objetivo de disminuir el sufrimiento que la propia violencia institucional les produce, requisito primario para cambiar la visión de su propio cuerpo singular, de su cuerpo institucional y de la relación de esos cuerpos con la ciudadanía cuando ejercen la ineludible función de represión, la que dimensionada y humanizada nada tendría que ver con el abuso de la fuerza y mucho menos de la autoridad.
Cada institución humana ejerce mecanismos particulares sobre sus miembros para asegurar su sustitución sin que nada ocurra, en el caso de las y los policías, el mecanismo central y más poderoso es la ‘militarización’. Sin embargo existen muchos sentidos de militarización y muchos componentes que la constituyen. Discutirlos trasciende el honor, el poder y la construcción de una masculinidad escindida de los sentimientos; partes importantes del sentido de estar siendo un militar. Es precisamente el componente verticalista de la militarización, el que lleva a la distorsionada experiencia de la ‘obediencia debida’ entre jefes y subalternos; el que produce consecuencias no deseadas en el disciplinamiento y la administración interna de justicia de los sistemas de las fuerzas de seguridad que dejan a muchos de sus miembros desamparados frente al poder altamente discrecional de sus jefes, por un lado; y el que daña la relación de confianza entre las fuerzas de seguridad y la ciudadanía. Por otro lado, ese mismo componente verticalista a facilitado que las instituciones de policías fueran presas altamente eficientes y disciplinadas de diversos grupos de poder políticos a lo largo de la historia y de una historia bastante reciente en nuestro país, para la tarea de represión que hizo posible la instalación de políticas públicas imposibles sin la eficacia del ejercicio brutal del miedo y de la fuerza. Discutir esos sentidos de la militarización es imperativo para la democratización de la institución policial, una tarea que les excede a los propios policías en el sentido que no es factible solo con la elección voluntaria de sus miembros, ya que la seguridad excede la propia institución de policía. Democratización –es preciso aclarar– que nada tiene entonces que ver con la ‘sindicalización’ de las fuerzas que eventualmente podrían poner en peligro la eficacia de la función social de las mismas.
Fragmento.
CAPÍTULO II
CONSIDERACIONES PARA UNA POLICIA DEMOCRÁTICA27
Objetivo: Definir el marco de actuación de la institución policial en una sociedad democrática a partir de conceptualizaciones que permitan relacionar la prevención del delito, la seguridad y la historia policial, estableciendo criterios para la construcción de una policía orientada a un proceso de democratización interior.
1.- Componentes de la militarización
¿Cuál es el papel de la Policía en el gobierno de una sociedad democrática?
La policía es una institución que evoluciona y se transforma a sí misma en el tiempo, a partir de su composición interna, de los jefes que la comandan, de su relación con el poder político y la sociedad en general, de las funciones que en cada época sus integrantes tienen y creen tener; en definitiva, de la mirada que sus propios miembros tienen de sí mismos como parte de la institución. Su transformación está íntimamente ligada al cambio que sufre la noción social de ‘seguridad’, y su contrapartida la ‘inseguridad’. En los primeros cincuenta años del siglo xx Salta evolucionó de la aldea a la ciudad moderna. Una parte de su ‘gente decente’ se modernizó también en la continuidad histórica de la construcción de hegemonía política, social, de usos y costumbres, de ciudadanía, de derechos; por parte del Estado; concomitantemente las clases subordinadas se adaptaron y reconstruyeron en un juego simultáneo sus usos y visiones del mundo. En su doble papel de dominador y dominado, la institución policial se adaptó y cambió. Entender ese cambio para poder visualizar lo que sería una policía moderna democrática hace necesario historizar la policía local28 y las concepciones que sobre la misma y la seguridad, tuvo el poder político hegemónico en el país en el siglo xx, sobre todo, en su segunda mitad, por la importancia que tuvieron sobre la institución policial los totalitarismos latinoamericanos de los setenta.
La ideología de la sociedad estamental de salta y el país en los primeros cincuenta años —heredada de la época colonial— plasmada en la identidad y la jerarquía social; hacía del honor del género masculino una cuestión prevalente. Se sumaba la rígida lógica racial en la que las diferencias culturales definidas alrededor de la oposición barbarie-civilización; fueron los criterios primordiales para determinar el estatus de las personas. Barbarie - civilización, honor masculino - militarización; son ideales concatenados en la estructura de la personalidad de los miembros de las instituciones de seguridad que hacen uso de la fuerza legítima del Estado. Se trata de una ideología de la cultura mediterránea europea importada con la colonia principalmente por los españoles conquistadores y reforzada luego por la gran masa de inmigración italiana de fines del siglo xix.
En esta ideología el honor tanto femenino como masculino tenía dos dimensiones, una natural y otra cultural: la dimensión ‘natural’ de la masculinidad era el machismo, entendido como la capacidad de dominación. El valor, la virilidad, la autonomía y el don de mando eran las bases ‘naturales’ del poder y del honor-predominancia en los hombres. En su dimensión cultural, el honor-virtud masculino estribaba en la socialización de las cualidades ‘naturales’, esto es, en la capacidad de controlar los instintos y pasiones naturales por medio de la razón y la moral29.
Esta construcción de la masculinidad estructuraba las relaciones de autoridad y obediencia en las que abrevaron las leyes de policía y los rituales visibles e invisibles de sus miembros como códigos de pertenencia a la institución y como valores centrales en sus vidas: la legitimidad del uso del poder público — y privado— quedó construida sobre un principio contradictorio: la autoridad legítima podía y debía ejercer el mando recurriendo por igual, tanto al consentimiento como a la fuerza física y simbólica.
Con esa visión contradictoria del poder, en tanto uno de los componente de la masculinidad, el Estado propició en las instituciones que detentaron desde su nacimiento el uso legítimo de la fuerza, una militarización que vinculaba la reputación y el honor masculinos tanto al valor guerrero de la destrucción del 'enemigo interno y externo', como a la 'protección' y 'provisión' de cuidado de los propios, y por último al sentido de 'pertenecer' al grupo capaz de propiciar esos cuidados y detentar la fuerza física y simbólica como herramienta fundamental para proveerlos.
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