domingo, 27 de abril de 2008

“No me quiero morir” Dijo “Pelusa”. Un poco antes de su fallecimiento a las mujeres que la asistían.

 

“No me quiero morir” Dijo “Pelusa”. Un poco antes de su fallecimiento a las mujeres que la asistían. Del ‘crimen sexual’ a las instituciones que ‘dicen investigarlo’

Este artículo se publicó originalmente en diciembre de 2006 en el suplemento Mujer del Nuevo Diario de Salta (http://www.nuevodiariodesalta.com.ar)

Por Fernando Pequeño. 


Pelusa Liendro

Todos los deseos moldean el cuerpo de las personas tanto como el orden social en el que viven. Y moldean también el género al que cada ser humano siente pertenecer, que a veces no coincide con el género que la sociedad le asigna desde afuera.
Pelusa era una de esas personas en las cuales el género que sentía a su interior no coincidía con los roles que la sociedad le había asignado por haber nacido con genitales masculinos.

Si el sexo es ‘eso natural’ con lo que ‘se nace’ – y entonces se piensa simplificándolo todo, en lo que cada persona tiene entre las piernas, seguros que lo mejor en su vida es ‘honrar’ eso que Dios le dió – y el género es la manera en que se espera que una persona se comporte – y conserve su ‘honor’– de acuerdo ‘a eso que tiene entre las piernas’, porque la naturaleza, o Dios, o la cultura, o las personas más cercanas o más distantes así lo quieren y necesitan para sentirse seguras; entonces cada uno y una deberá hacer un gran esfuerzo personal para negar la diversidad de actitudes eróticas que nos rodean, porque en el mundo real existe mucho más que eso que se piensa por sexo ‘correcto’ y por género ‘correcto’ de un ser humano.

Si nos centramos en la carne, en el cuerpo, en ‘el sexo’, éste no siempre tiene dos formas bien definidas como se piensa. La ciencia y la experiencia común de muchas personas muestran que entre hembra con vagina y varón con pene existen medios: los y las hermafroditas intervenidos e invadidos quirúrgicamente para ‘definirlos por su propia felicidad’ sin esperar a ver qué desean ser, son un ejemplo. Y aún con esa definición apresurada mediante el bisturí, en nombre de Dios y del amor familiar para que el no definido y por tanto ‘engendro de la naturaleza’ viva un poco mejor; la misma ciencia que antes se preocupó por definir a las personas en pares complementarios macho – hembra; hoy muestra que el sexo biológico, además de la anatomía, se define también por los componentes genéticos (una cuestión que ocurre en el ADN de las personas) y en los componentes hormonales de las personas (que regulan todas las funciones biológicas, incluido el sexo). Así, mezclando estos tres componentes de la biología corporal, hay una amplia gama de posibilidades entre dos machos varones y dos hembras mujeres, y entre machos y hembras. Esto a nivel del cuerpo.

Cuando se traslada esta complejidad a los roles sociales, al género de un ser humano, la situación es igualmente compleja, porque la ciencia también ha mostrado que en la conformación de la identidad de una personas, no solo intervienen las pautas de comportamiento que la sociedad dicta y espera que un individuo deba ser de acuerdo a sus genitales. Eso es solo una parte del género y es lo que puede pensarse como ‘definición de género, la cual es solo una asignación de roles, una definición impuesta desde afuera de la persona. Y es que muchas veces la vivencia interior no coincide con la asignación exterior. Es el caso de las y los travestis. Y la complejidad aumenta cuando se consideran las maneras en que una persona se presenta a si misma a la sociedad, la manera en que se viste, por ejemplo. Entonces se manifiesta una expresión de género o identidad de indumentaria que puede no coincidir ni con el sexo anatómico ni con los roles de género asignados, ni con la subjetividad de género que una persona vive al interior de si misma. Muchos transformistas son un ejemplo. Y además, cada una de esas personas e identidades diversas, pueden hacer una elección erótica que difiera de todo lo anterior. Es decir, que puede elegir tener relaciones eróticas o sexuales – que no es lo mismo – con personas cualquiera sea su sexo y su genero y la mezcla de todas esas posibilidades.

Frente a esta diversidad natural – contemplada por Dios –; y política – creada y mantenida por los acuerdos de los seres humanos para organizarse y vivir en sociedad –, existen una gran variedad de posiciones de las personas, de los gobiernos y de todas las instituciones de la sociedad que hacen posible la vida en común. Aunque lamentablemente hay dos extremos –al igual que quienes pretenden concebir y reducir la complejidad de los sexos y los géneros al ser macho varón y hembra mujer – y son la indiferencia que lleva al abandono de personas, y el autoritarismo intolerante que lleva a la persecución y exclusión de personas por ser diferentes de lo esperado.

Frente a estas actitudes personales, sociales, de gobierno y de instituciones sobre la diversidad sexual y de género en nuestra sociedad; Pelusa desde su lugar y desde sus convicciones quería ocupar el espacio que en toda su vida le fueron arrebatando por no ajustarse a ‘lo establecido’ por Dios y algunos seres humanos. Pelusa quería que su grupo de pares se organizase para hacerle frente a la exclusión y a la falta de trabajo que los convierte en ‘subordinados’, en menos valiosos y valiosas que otras personas con cuerpos, sexualidades y géneros correctamente políticos.

Y para ese proyecto de organización Pelusa tenía una propuesta y una visión bien definidas, frente a otras posibilidades. Pelusa estaba convencida que para organizarse había que reivindicar el ejercicio de la prostitución y la no persecución de la misma, por eso pedía junto a sus compañeras y compañeros, una ‘zona roja’. Y es curioso que no hubiera otras voces frente a esa posición hegemónica. Sin embargo, otros grupos piensan que una forma alternativa de organización sería considerar la prostitución solo una alternativa ocasional a ser abandonada gradualmente conforme se accede a otras fuentes de ingreso. Y están aquellos y aquellas que pretenden situar en el centro de la movilización la lucha por el reconocimiento estatal y social de la identidad travesti y transexual, donde la prostitución no necesariamente está en el centro, porque hay muchos y muchas travestis y transexuales que no viven en estado de prostitución.

El caso es que cualquiera sean los intereses de estas formas organizativas, es necesario abrir un debate sobre el tema. Por eso Pelusa no se quería morir, porque tenía mucho por hacer, por compromiso y amor a las personas con las que la vida la había juntado. Equivocada o no para unos o para otros, lo cierto es que Pelusa quería inserción social y reivindicación.

Y es que tal vez por eso la mataron. Porque había caído peligrosamente en esa zona turbulenta que para el orden social establecido significan los líderes de movimientos sociales que prometen ser fructíferos… y radicales. Es cuando se activan los mecanismos de control y eliminación que exceden con creces el poder de un gobierno cualquiera para controlar sus organismos e instituciones. El mundo de la droga y el regenteo de la prostitución para alimentar la caja chica de la policía, los peajes, las coimas; la trata de personas; pueden solaparse detrás de crímenes sexuales, apelando a la indiferencia social, o al autoritarismo intolerante; cuando se está convencido y se intenta convencer desde los medios, desde el aparato judicial y desde todos los dispositivos de control e investigación, que por su diferencia y singularidad, personas como Pelusa valen menos que la bala que las mata. Y tal vez por este motivo resulte difícil que el esclarecimiento de su crimen venga de estas direcciones, sino de un debate social y político sobre el valor de la gente, de la diversidad, de la diferencias sexual y de los movimientos de todos y todas las excluidas por la intolerancia, por el fundamentalismo y por la pobreza.

De esta manera, no es el crimen sexual – si es que efectivamente ocurrió – lo que hay que poner en el centro del debate, sino la calidad de las instituciones sociales que dicen intervenir para esclarecerlo. De la misma manear que ocurrió con la policía y las instituciones, frente a los doscientos o más desaparecidos de los setenta en Salta; responsabilidades locales que aún después de treinta años no se pueden establecer.

Ver el Discurso de la marcha del silencio en memoria de Pelusa Liendro del martes 25 de diciembre de 2007.

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